
Arropaineko Arragua: donde empezó el verdadero juego
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A principios de 2021 acabábamos de salir de la convocatoria de Juguetoría 2020 (os lo contamos en el post anterior). Todavía andábamos a gatas, sabiendo que nos quedaba mucho por crecer, por explorar, por jugar.
Durante varios meses probamos en distintos lugares, con perfiles variados. Recogimos feedback de peques, de adultos/as, de diseñadores/as, de profes de natación… De todas esas voces que nos ayudaban a ver un poco más allá.
Fue entonces cuando Mayder y Andere nos escribieron. Tenían este maravilloso centro artístico educativo e independiente situado en Lekeitio dónde además, ya disponían de churros de piscina, e incluso habían intentado construir con ellos, aunque no estaban muy contentas con el resultado. Habían visto nuestras piezas nos propusieron un intercambio: que fuésemos allí a dar talleres a cambio de fabricar más piezas. Ellas se quedarían con algunas, nosotras con otras. Y además, pasaríamos una semana entera trabajando con los peques de las ikastolas de alrededor.
Nos pareció una oportunidad preciosa para poner a prueba el material de manera definitiva. Así que allá fuimos Javi, Fer y yo (Eva).
Su espacio era (es) una fantasía. Lleno de materiales interesantes, construido con años de trabajo y amor por las infancias y las metodologías alternativas de enseñanza.
Allí, los peques acuden como a un aula-taller-mágica, a experimentar y jugar como parte de su jornada escolar.
Nosotras estábamos fascinadas. Ojalá haber tenido un lugar así en nuestra programación escolar. Y también estábamos nerviosas, claro.
El primer día nos dimos cuenta de que todo era en euskera y algunos peques ni siquiera entendían castellano. No podíamos comunicarnos mucho, pero Mayder, Andere y el resto del equipo nos apoyaban y traducían si hacía falta. Menos mal, que jugar es un lenguaje universal y no fue ningún problema. Eso si, es maravilloso que exista este respeto por esta lengua misteriosa y estar allí solo escuchando a los peques pronunciarla ya fue precioso.
Tras terminar esa sesión inicial, muchas cosas habían sido muy fluidas pero también nos dimos cuenta de tantas que no habían funcionado como esperábamos.
Al principio dividimos a los peques en grupos: pequeñas construcciones, disfraces, y estructuras grandes. Pero en las estructuras grandes... fue un caos.
Los peques veían todos los churros y piezas apilados y se lanzaban sobre ellos como si se acabara para siempre el papel higiénico en el supermercado (recordad que todavia andábamos con las mascarillas puestas). Intentaban llevárselo todo, pero después no sabían qué hacer con tanto material (No necesitas más de 6 churros para hacer un sencillo refugio) y claro luego se frustraban a la hora de construir.
Lo bueno era que había tiempo, espacio y muchas sesiones para probar y Mayder y Andere nos aconsejaban desde su gran experiencia.
Ahí entendimos algo fundamental: Criaturas Infinitas tiene un pequeño proceso de descubrimiento y de aprendizaje progresivo. Y también que el modo en que se presentan los materiales —su orden, su estética— afecta directamente a las primeras sensaciones que se perciben, y por tanto al comportamiento durante toda la sesión
Así que probamos otra forma: primero construcciones pequeñas y disfraces y luego, juntas, pasábamos a las estructuras grandes y nos dividiamos en grupos. En este nuevo espacio, organizamos los materiales en zonas diferenciadas. Funcionó muchísimo mejor.
Empezaron a construir en grupo, a resolver problemas, a negociar, a regular entre ellas y ellos mismos la frustración cuando algo no se sostenía o cuando no llegaban a un acuerdo. Había risas, correteos de un grupo a otro para ver cómo se habían echo qué, concentración, pequeñas discusiones, se metían dentro y se inventaban historias. ¡Un éxito!
Durante esa semana, fuimos haciendo pequeñas variaciones, probamos la luz negra con los churros fluor, nos conectamos unos con otros en una gran bola humana de churros. Pasaron por allí peques de entre 6 y 12 años, y pudimos observar las diferencias de juego según la edad. Incluso salimos de excursión: un día fuimos a la playa a construir con un grupo de adolescentes. Tuvimos la suerte de que hizo sol todos los días y pudimos jugar con el agua, y darnos algún que otro manguerazo entre churros y piezas. El último día acabamos construyendo balsas en un parque con río.De allí salimos con algo muy valioso: una metodología clara.
Una forma de potenciar no solo la construcción con el sistema de piezas, sino también las posibilidades creativas de cada persona que juega.
Aprendimos que nuestra apuesta sería por una metodología de no intervención.
No queríamos explicar cómo jugar, ni condicionar la experiencia de exploración. Creemos que el poder de descubrir y explorar por una misma, genera caminos propios y nuevas formas de jugar que todavía hoy nos siguen sorprendiendo.
Claro que, con el tiempo, en ese año, nos dimos cuenta de que algunas personas (sobre todo adultxs y personas neurodivergentes) se sentían más cómodas si les ofrecíamos algo de anticipación: unos dibujos, ideas, una explicación más clara… Para aquellas que escuchar “Puedes jugar como tú quieras” suena muy frustrante, creamos algunas guías ilustradas, pequeñas brújulas para quien lo necesitase.
En resumen, nos volvimos a casa llenas de aprendizajes.
Con una reconfortante confianza en la potencia del proyecto.
Con unas nuevas mamis de Criaturas, Mayder y Andere, que se unian a nuestra mami número 1 Sara San Gregorio
Y con un nuevo compañero de viaje que hoy todavía sigue presente en nuestras guías y es construido por intrépidos jugadores: Txoko (rincón, espacio, estación…).
En esa semana crecimos un montón y por fin, como Txoko, comenzamos a caminar sobre dos patas aún tambaleantes, pero muy decididas.
Eva