
Capacidad performativa de los espacios de juego - Criaturas Infinitas.
Compartir
Cuando hablamos de espacios de juego, muchas veces los reducimos a su función material: metros cuadrados, columpios, estructuras. Pero ¿qué pasa si cambiamos el foco? ¿Y si en lugar de pensar en qué tienen, pensamos en qué provocan? ¿Qué movimientos despiertan? ¿Qué corporalidades permiten? ¿Qué relaciones generan?
Esta es una de las preguntas centrales que atraviesa el libro El juego como función arquitectónica, del arquitecto colombiano Giancarlo Mazzanti. Una obra que nos invita a repensar los espacios lúdicos no como simples contenedores, sino como estructuras vivas, activadoras de cuerpos, subjetividades y vínculos.
El espacio como posibilidad
Mazzanti plantea que todo espacio tiene una capacidad performativa: es decir, una potencia para activar modos de estar, de moverse, de sentir. Un parque, una plaza, una sala de juegos... no son neutrales. Cada superficie, cada forma, cada altura o textura, propone —o restringe— maneras específicas de actuar.
Esto es especialmente evidente en el diseño de espacios para la infancia: estructuras cerradas y normadas tienden a disciplinar el cuerpo, mientras que entornos abiertos, blandos, escalables o mutables, favorecen la exploración, el desequilibrio, el juego simbólico, el movimiento libre. En otras palabras: la libertad corporal también se diseña.
¿Qué quiere decir que un espacio sea performativo?
Un espacio performativo es aquel que invita a hacer. Que no define un uso único, sino que abre posibilidades. Que no se impone, sino que se transforma con quien lo habita. Es un espacio que se activa con la presencia humana, con la acción, con el juego.
En este sentido, el diseño de entornos lúdicos se vuelve una tarea profundamente política y pedagógica. Porque al diseñar el espacio, también estamos diseñando qué cuerpos pueden estar ahí, cómo se pueden mover, cómo se pueden relacionar. Estamos diseñando experiencias.
De la acción individual al juego colectivo
Un entorno performativo no solo permite la acción individual, sino que propicia el encuentro, el juego en grupo, la negociación de reglas, la co-creación. Es ahí donde el juego cobra su dimensión más potente: cuando se convierte en un lenguaje común, en una forma de vínculo, en una plataforma para imaginar nuevos mundos posibles.
Esta mirada es especialmente relevante hoy, cuando muchas ciudades —y también muchas instituciones educativas— siguen apostando por modelos espaciales funcionalistas, repetitivos, con escaso margen para la espontaneidad o el riesgo creativo.
¿Y si diseñar para el juego fuera también diseñar para la libertad?
Desde Criaturas Infinitas pensamos y experimentamos el juego como un campo fértil para explorar estas preguntas. Nuestras criaturas son, en el fondo, eso: dispositivos performativos que buscan activar el cuerpo, la imaginación, el vínculo y la transformación.
Porque el espacio puede ser un límite… o una invitación.
Y jugar, cuando se da en libertad, es una forma de resistencia, de aprendizaje y de celebración.
Fernanda